La columna de nuestra Gerenta General, Victoria Gazmuri, en basepublica.org versa sobre el déficit ambiental producto de las prácticas humanas. Asegura que para medir el desarrollo no son suficientes las variables financieras, sino que deberían ser consideradas aquellas que den cuenta de la "huella ecológica" de los países.

Hace algunas semanas atrás conocimos la triste noticia de que la humanidad habría agotado todos los recursos que el planeta Tierra puede producir durante un año. Al 1° de agosto de este año, hemos utilizado «todos los árboles, el agua, el suelo fértil y los peces que la Tierra nos puede aportar en un año”, según estimó Global Footprint Network, ONG dedicada a medir y cuantificar nuestra huella ecológica, y la biocapacidad de cada país, pudiendo calcular cuál es el déficit ecológico en el que nos encontramos.

Para Chile este déficit es aún más dramático, ya que la fecha en que caímos en deuda fue el 2 de junio recién pasado, lo que significa que estamos viviendo a costa de nuestros recursos renovables de 2019. Y esto sigue empeorando año a año.

Para mirar la problemática medioambiental desde otro ángulo, tenemos un diagnóstico catastrófico en relación con nuestros mares. El Océano representa alrededor del 71% de la superficie del planeta, pero es el 99% de la biosfera, es decir, del espacio donde se desarrollan los seres vivos. Sin embargo hoy tenemos más de 400 zonas muertas,  donde el vertido de nutrientes y residuos procedentes de la agricultura y otras actividades industriales ha provocado una falta de oxígeno que no permite la vida.  Otro dato es que el 31% de los recursos pesqueros sufren una presión que no les permite repoblarse, según datos de la FAO, y un 97% de las especies marinas analizadas en la región del Pacífico había ingerido plásticos, lo que significa un problema que retorna a nuestra mesa cuando ingerimos productos marinos. Se proyecta que para 2050 habrá más plástico que peces en el mar.

Chile no ha permanecido ajeno a este devenir ambiental; en los últimos años sus costas se han visto seriamente amenazadas y sus recursos marinos afectados por derrames de petróleo, descargas domésticas e industriales, en especial las provenientes de relaves mineros. Vemos hoy cómo las llamadas “islas de plástico” proliferan aumentando sus tamaños; y en Chile ya contamos con la propia, entre Isla de Pascua y Juan Fernández con un tamaño similar a la superficie de México.

Y suma y sigue. Podemos hacer una larga lista de la huella que vamos dejando en nuestro país: el desastre que significó para Chile en cuanto a la pérdida de bosques por los incendios que protagonizamos en el verano de 2016-2017, donde de las casi 600 mil hectáreas arrasadas, alrededor de 100 mil fueron bosque nativo; o lo que significa en términos socioambientales la sequía en varias cuencas de la zona norte de nuestro país, producto de la utilización del agua disponible para la operación minera, dejando a comunidades enteras sin agua potable; o cómo día a día se ven contaminados los cursos de agua con metales pesados; o los derrames de petróleo en nuestras costas, afectando los recursos marinos disponibles para consumo humano, y así una larga fila de etcéteras.

Son miles los impactos negativos que hemos ejercido como humanidad, sobre el ecosistema en general, dañando nuestro planeta de forma casi irreversible. Hemos desarrollado un sistema de vida que a veces pareciera ser incompatible con el equilibrio que debemos tener con nuestro medioambiente.

Es el dramático caso de nuestras comunas de Quintero, Ventanas y Puchuncaví, en la V región, que por estos días vive su peor momento con una alerta amarilla decretada por la intendencia, con301 personas intoxicadas en la última semana, entre adultos y niños, teniendo que evacuar escuelas y suspender las clases.

La agresividad de la contaminación en esta zona, por la desmedida instalación de procesos industriales, ha dejado una serie de secuelas a lo largo de cincuenta años. Murió la productividad de la tierra y también la riqueza de la bahía, además de afectar directamente a la población existente con la contaminación del aire. Se hace insostenible la vida del ser humano junto a esos desarrollos industriales.

A veces pareciera ser que para desarrollarnos, necesariamente tuviéramos que destruir nuestros ecosistemas, como si no hubiera otro camino posible. A pesar de que ya tenemos los datos, de que ya sabemos los indicadores de lo que le estamos haciendo al planeta, aún no hemos tomado la suficiente conciencia de que esos impactos son contra nosotros mismos. Aún no nos damos cuenta de que el déficit ecológico en el cuál hemos caído, a la larga no nos permitirá vivir.

No podemos prosperar en base a un desarrollo que se torna incompatible con la vida. Esto es una premisa que debemos incorporar en nuestro ADN. Es el indicador clave en cualquier evaluación de impacto.

El desarrollo humano sostenible ocurrirá cuando todos puedan prosperar dentro de los medios de nuestro planeta. El desarrollo debe ser posible sin hipotecar los recursos disponibles de las futuras generaciones a costa de mantener un estilo de vida, que hoy, a todas luces, se hace insostenible para nuestra humanidad.

No podemos medir el desarrollo solo por los indicadores financieros, por el PIB, o por el Indice de Desarrollo Humano (que está muy bien, mide longevidad, acceso a la educación e ingresos). También debemos incorporar la variable que dé cuenta de la Huella Ecológica de los países, de cómo están gestionando sus proyectos, en todos los ámbitos del quehacer humano: producción de alimentos, producción de energía, obras civiles, minería, diseños urbanos, etc. Si la huella ecológica no está equilibrada con la biodisponibilidad de un territorio, simplemente no es posible un desarrollo sostenible.

Tenemos la inteligencia, la tecnología, solo faltan las voluntades políticas e individuales para generar este cambio de paradigma, que haga posible un futuro sustentable.

 

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